lunes, 17 de octubre de 2011

Ella nunca fue una chica de decisiones, prefería que el viento la envolviese y dejarse arrastrar. Decía que de esa forma se sentía más viva, si tan sólo seguía a sus sentidos y a sus emociones, sin preocuparse por las consecuencias de sus actos. Se entretenía en enredar su pelo al primer aliento que inhalara de otra boca, de compartir medias sonrisas con los desconocidos de forma que le robaban el corazón por una milésima de segundo. Su estación era el otoño, al menos eso decía cuando se presentaba, también indicaba que estaba compuesta de aire, por eso, para ella era más fácil elevarse que para cualquier otro ser humano.
Un Octubre permitió desnudarse como los árboles, tan sólo por descubrir cómo sería que caminaran por el mapa de su cuerpo. Se sintió como un cervatillo asustado al encontrarse en terreno desconocido y al no poder  huir sola sin que la persiguiera un huracán de hojas secas. Sin que se encontrara desvalida e indefensa.
Fue cuando llegó Diciembre, decidió congelarse y permanecer en aquel invierno. Tenía el frío en los huesos y las manos hundidas en la nieve. Y así pasaron las demás estaciones, cuando la nieve se derritió buscó refugio en la tierra, y cuando ésta se secó dejó que el sol la abrasara.  
El Octubre próximo Céfiro volvió a rescatarla, entregándole ráfagas de viento.

Ahora, ella es… ‘de esas a las que se le escapan los suspiros entre las letras de cada palabra que dices’.  

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