miércoles, 23 de noviembre de 2011

 Elizabeth estaba aburrida en su casa, se rascaba la cabeza sin saber que hacer, el día estaba lluvioso y eso le impedía salir a jugar fuera. Se rascó la cabeza pensativa, y fue al almacén de su padre a ver si encontraba algo, tras revolver en sus papeles encontró una caja un tanto misteriosa era brillante… ¡reluciente! Sus ojos chispearon y la cogió ansiosa. Cuando la abrió la habitación se inundó de mil colores, y las paredes ya no estaban duras ni ásperas, eran suaves y  finas, algunas partes… ¡se quedaron blancas! Entonces Elizabeth agarró con impaciencia una brocha y comenzó  a pintar. Primero hizo unas colinas con un columpio, después añadió a una niña de ojos marrones con unos bucles cobrizos, que eran tan largos que rodeaban al sol y tenían tanta fuerza que podían llevarlo por todos los lugares que recorría, así todos los días eran luminosos y siempre, siempre se podía jugar en la calle.  
Elizabeth nunca dejó que las ceras no formasen parte de sus manos, y siembre llevaba un cuaderno bajo el brazo. A medida que el sol la atardecía cada día de su vida, sus dedos se hacían más largos y más hábiles. Y ella dibujaba todas y cada una de las formas que imaginaba.
Una tarde se dio cuenta de que no sólo era capaz de colorear  prados, niños, globos… sino que también  podía colorear un corazón humano.
Así es como Elizabeth comenzó a pincelar sus primeros pasos hasta el día de hoy. 
Ahora se encuentra observando aquella caja metálica que fue su globo aerostático hasta su mundo de colores.  Que gracias a ella aprendió que el color rojo sirve para hacer las mejillas más bonitas, ¡y no sólo eso!, también descubrió que pintar su vida fue la forma más especial de guardar su inocencia.
Y yo sé que la pequeña Elizabeth  que inventaba paisajes y columpios está escondida en lo más profundo de su alma, y que sólo la deja salir a través de la yema de sus dedos.





Feliz Cumpleaños Mamá.

martes, 8 de noviembre de 2011


Observaba atenta con la mirada inocente, de una niña perpetua, con la curiosidad en las pupilas, fijaba sus ojos en el televisor y fruncía el ceño confundida. Se preguntaba cómo algo tan hermoso podía estar tan triste, cómo podían aparecer cascadas en unos ojos tan bonitos. Sin embargo, ella prefería imaginar que eso ocurría porque el azul de su iris producía toda esa borrasca.
Pero un día abrió los ojos de tal forma que ya no quedaba ningún atisbo de ingenuidad, y comprendió que la lluvia puede llegar a colarse en tus pestañas, que el frío no sólo servía para llevar los gorros de lana que te hacía tu abuela, que venían con la bufanda y los guantes a juego. Y que las botas de goma y los chubasqueros no son lo único que se necesita cuando diluvia.
Pero ella decidió ser más fuerte, y que si no era capaz de enfrentarse al invierno se aferraría a él. Respiraría glaciares,  devoraría el hielo gélido, se empaparía de aguacero… Porque el frío formaba parte de ella, que la nostalgia es de color azul, como sus ojos, como el frío. 





sábado, 29 de octubre de 2011


-¿Y ellos? ¿Qué hacen ellos?  Planean un futuro ideal, un lugar concreto, un diálogo de cine o de cuento. Elaboran una lista que cumplir, una roca que escalar hasta alcanzar sus expectativas. Calculan las fórmulas para cumplirlo, manejan el barco siguiendo el mapa. Temen encontrarse a monstruos en sus sueños y se esconden debajo de las sábanas. Y cuando tienen pesadillas… huyen, huyen como cobardes.

-Yo… Yo soy consciente de que los monstruos existen, y que por cerrar los ojos no van a desaparecer, pero, ¿sabes? Me desharé de ellos.
Paseo por el bosque sin saber si me encontraré al lobo al final del camino o si aparecerá un príncipe a salvarme. Que decidí ahogar el mapa, y que rompí el inventario. Hace tiempo dejé que las hormigas recorrieran mi sistema nervioso y no recuerdo cuando fue la última vez que me abracé a la almohada por miedo a equivocarme.
Dime tú, que no te guardas la guía en el bolsillo y que no tienes un esquema preparado. 
Que caminamos improvisando.

lunes, 17 de octubre de 2011

Ella nunca fue una chica de decisiones, prefería que el viento la envolviese y dejarse arrastrar. Decía que de esa forma se sentía más viva, si tan sólo seguía a sus sentidos y a sus emociones, sin preocuparse por las consecuencias de sus actos. Se entretenía en enredar su pelo al primer aliento que inhalara de otra boca, de compartir medias sonrisas con los desconocidos de forma que le robaban el corazón por una milésima de segundo. Su estación era el otoño, al menos eso decía cuando se presentaba, también indicaba que estaba compuesta de aire, por eso, para ella era más fácil elevarse que para cualquier otro ser humano.
Un Octubre permitió desnudarse como los árboles, tan sólo por descubrir cómo sería que caminaran por el mapa de su cuerpo. Se sintió como un cervatillo asustado al encontrarse en terreno desconocido y al no poder  huir sola sin que la persiguiera un huracán de hojas secas. Sin que se encontrara desvalida e indefensa.
Fue cuando llegó Diciembre, decidió congelarse y permanecer en aquel invierno. Tenía el frío en los huesos y las manos hundidas en la nieve. Y así pasaron las demás estaciones, cuando la nieve se derritió buscó refugio en la tierra, y cuando ésta se secó dejó que el sol la abrasara.  
El Octubre próximo Céfiro volvió a rescatarla, entregándole ráfagas de viento.

Ahora, ella es… ‘de esas a las que se le escapan los suspiros entre las letras de cada palabra que dices’.  

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Se desenredaba el pelo con las yemas de sus dedos, mientras imaginaba su vida en otro lugar, en otra época, huyendo de sus noches rutinarias junto a su mesita de noche donde la esperaban sus ilusiones de papel. El autobús se paró en seco, levantó la mirada al ver que alguien se subía. Siempre había tenido cierta curiosidad por los rostros desconocidos, pero este guardaba un misterio escondido en la forma que tenía de frotarse los ojos por el cansancio y de mojarse los labios por el frío. Le observó sin reparar que quizá estaba siendo demasiado descarada, o impertinente. El desconocido le devolvió la mirada y ella tímidamente desvió los ojos y sacó el libro que llevaba en el bolso.
De repente los minutos pasaron a cámara rápida, el desconocido se encontraba al lado suya, sonriéndole a su reflejo. Los nervios hacían  que sus manos temblaran, torpemente se le cayó el libro al suelo, y por fin, se encontraron, no sabría como describirlo… fue como un pulso de miradas o una descarga eléctrica visual. A él no le daba temor mirarla, indagar en sus palabras y arránquenselas de la boca.
Sobra decir que se le escapó su parada, que llegaron a la última, y que ya no sabían cómo volverse. La luz ultravioleta de la prolongada conexión entre ellos se dejaba entrever en la manera que tenían sus manos de chocarse y sus voces de enredarse con el viento.
Cogió su mano y corrieron. Atravesaron la puerta principal de una casa, corrieron escaleras arriba hasta llegar a una habitación. A ella aún le gritaba el corazón, pensando que su traquea estallaría de íntegro fervor. Observaba los cuadros que decoraban la antigua pared, atónita, confundida, no le daba tiempo a memorizar cada rincón de ese lugar, se le escapó un suspiro cuando él la agarró de la cintura presionándola contra su cuerpo. Aún llevaba el libro en su mano, y al sentir el contacto de sus labios en su cuello lo dejó caer al suelo desplegándose por la mitad. Creyó ver al propio Dios Marte emergiendo de las páginas. 


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