martes, 8 de noviembre de 2011


Observaba atenta con la mirada inocente, de una niña perpetua, con la curiosidad en las pupilas, fijaba sus ojos en el televisor y fruncía el ceño confundida. Se preguntaba cómo algo tan hermoso podía estar tan triste, cómo podían aparecer cascadas en unos ojos tan bonitos. Sin embargo, ella prefería imaginar que eso ocurría porque el azul de su iris producía toda esa borrasca.
Pero un día abrió los ojos de tal forma que ya no quedaba ningún atisbo de ingenuidad, y comprendió que la lluvia puede llegar a colarse en tus pestañas, que el frío no sólo servía para llevar los gorros de lana que te hacía tu abuela, que venían con la bufanda y los guantes a juego. Y que las botas de goma y los chubasqueros no son lo único que se necesita cuando diluvia.
Pero ella decidió ser más fuerte, y que si no era capaz de enfrentarse al invierno se aferraría a él. Respiraría glaciares,  devoraría el hielo gélido, se empaparía de aguacero… Porque el frío formaba parte de ella, que la nostalgia es de color azul, como sus ojos, como el frío. 





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